Me acuerdo cuando empecé a estudiar cocina. Si bien siempre me gustó y apasionó tanto comer como cocinar, y me pasaba tardes enteras devorando la programación de los canales de cocina, tratando de absorber cuanto conocimiento se pusiera delante mio como lo hace una esponja con el agua con la que entra en contacto, casi instantáneamente mi cabeza empezaba a tomar notas de todo lo que veía. Aparecían conceptos con los que no quería relacionarme, ni tener absolutamente nada que ver. No cabía en mi cabeza que hubiese gente que mirara a la cocina como a una ciencia. Gente rara que parecía deformar todo lo que yo amaba, haciendo que la cocina de golpe se transformara en un laboratorio. Era una cosa horripilante, y me disgustaba en su totalidad, pero hoy es diferente. Con el pasar de los años mi mirada hacia esos seres extraños fue cambiando poco a poco y comencé a entenderlos, a entender a qué apuntaban. Empecé a darme cuenta de que no miraban a la cocina como a una ciencia, sino que trataban de que la ciencia los ayudara en la cocina, que los ayudara a cocinar mejor, a entender de una manera más clara qué era lo que pasaba en ese lugar que antes era (y de alguna manera sigue siendo) mágico. Y digo mágico porque la cocina es especial, muy especial. En la cocina mezclamos y mezclamos, cuales alquimistas, buscando algo diferente, algo personal, algo que provoque una reacción en quien se lleva cada bocado a la boca. Buscamos una sonrisa, un recuerdo, un momento y, por que no, una lágrima. Una lagrima de felicidad por ser llevados como por arte de magia a un momento especial, o que nos traiga de vuelta a esa persona que adorábamos y que ya no tenemos la posibilidad de tener a nuestro lado. A la abuela que nos llevaba de paseo cuando eramos unos gurices a tomar la merienda al café de la esquina, o que nos compraba 2 kilos de cerezas para que nos empacháramos en noche buena y año nuevo con mi hermano. A la vieja linda esa que siempre nos quería llenar con algo mas, la que cuando terminábamos de comer me decía "¿que más te puedo convidar, Ramirito?". No puedo evitar que se me caigan las lágrimas cuando me acuerdo de mi nona. ¿No es eso mágico acaso?, ¿no es mágico que al darle un mordisco a una fruta mi abuela este ahí conmigo al menos por esa fracción de segundo en el que ese sabor se adueña de mi boca o que me haya llevado hasta la puerta del sol en Madrid con mi viejo el haber probado el guiso de rabo de toro en Café San Juan?, Me tendría que haber levantado en ese mismo instante para ir a darle un gran agradecimiento a Lele Cristóbal por ese paseo.
Llegado a este punto ya no se muy bien de que estoy escribiendo, porque lo que quería decir en un principio era que ahora entendía que lo que esos señores hacían era darnos las herramientas para poder hacer nuestra magia mucho mejor, como si ampliaran nuestro repertorio de polvos y pociones mágicas, con las que pudiésemos hacer que en una velada dos personas se enamoraran y se sonrieran con muchísimas más ganas. Y es que soy un soñador en ese sentido, porque creo que uno al cocinar genera miles de emociones y sentimientos. Creo que uno puede, a través de un plato, transmitir el amor y la felicidad que uno siente al poner un poco de esto y otro poco de aquello, y por que no una pizca de esto otro. Empecé con una idea, una idea que cambió al aparecer mi abuela de por medio, porque no puedo hacer que ella sea un simple ejemplo. No puedo dejar que una de las personas que más quise en mi vida y una de las más importantes que tuve pase así nomas por acá. Si bien siempre trato de que lo que escribo acá sea personal, mío, creo que nunca me había sentido así al hacerlo. En este momento me estoy dando cuenta de que escribir no es tan diferente de cocinar. Al cocinar elegimos qué, porqué y dónde.. acá también. Elegimos palabras, el orden en el que las colocamos, y el porque las ponemos donde las ponemos, y al igual que al cocinar, me siento feliz de compartir, y siento en lo más profundo de mi ser que esto, como si fuera un plato, les va a llegar hasta el estómago y les va a provocar algo más, que les va a traer a alguien que extrañan cerca por un ratito.
A mí me lo trajo...
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