Desde que mi profesor de cocina, Ezequiel Navas, me hizo ver la página de Michel Bras toda mi idea sobre la cocina se fue al carajo. A partir de ahí todo cambiaba. Se iba a desatar una curiosidad infinita con la cual todavía convivo y que de a ratos me vuelve loco. Esa curiosidad me hace replantearme casi todo y siempre estar buscando cosas nuevas que hacer o formas nuevas de hacer las cosas. El camino estaba macado, todo mi dinero (lo poco o mucho que pudiera llegar a tener) iba a parar a cuchillos, herramientas y libros de cocina, y materias primas para poder practicar.
Como no podía ser de otra manera, este nerd de la cocina soñaba y soñaba con ir a un restaurante de los grandes de Europa. Soñaba técnicas y productos que podrían estar a la par de cualquier buena película de ciencia ficción. Tranquilamente, Ferran Adriá podría haber sido el capitán del USS Voyager, y Andoni Luis Aduriz el señor Spock.
La vida tiene sus vueltas y una de esas vueltas me puso en España (o, más bien, fuí yo el que se puso). Luego de una experiencia que no resultó en el sur de Málaga decidí que era un excelente momento para intentar tocar las estrellas. Era una de las últimas chances para intentar estar en uno de esos restaurantes tan soñados.
Sin ataduras de ningún tipo y con una mochila muy liviana, era ahora o nunca. Y fue nomás. Me puse a enviar mi CV a algunos de los restaurantes que más me interesaban por su trabajo. Si iba a hacer esto, tenía que ser en un lugar de los que más se acercaban al estilo de cocina o de trabajo al que yo aspiro a tener algún día, así que me senté frente a la compu de un ciber-café y comencé la tarea. Ya tenía bastante claro que lugares podían ser, por lo que no tardé en escribirles. No era para nada seguro que me respondieran y menos aun de manera afirmativa pero intentar cuesta poco. Era el momento de hacerlo y, para mi alegría, dos de ellos me respondieron que estaban interesados en mi CV y que podía sumarme como pasante a los pocos días. Me decidí por el que más se acercaba al lugar de mis sueños y a los tres días estaba en camino.
La verdad es que las cosas no fueron lo que yo creía y eso se manifestó casi de inmediato. Apenas llegué note que el tan galardonado restaurante, el cual había sido premiado como uno de los restaurantes más autosustentables del mundo, tenía una huerta increíblemente más pequeña de lo que esperaba pero no iba a dejar que eso me tirara el sueño para abajo. Estaba en el Disney World de todo cocinero que ama la alta cocina y no iba a que una pequeña primera impresión me mosqueara, ya que al día siguiente comenzaba en la cocina de este gran restaurante de tres estrellas y uno de los mejores del mundo! Al día siguiente, a las 8 hs estaba ya en la cocina para recibir mis primeras ordenes y fui a asignado a mi partida correspondiente, entremetier. Era pura emoción y estaba lleno de ganas de darlo todo.
Acá, lamentablemente, empezaba a caerse el sueño a pedazos. Montones de pedazos. Las salsas que tenían colores increíbles eran, justamente, increíbles porque llevaban colorantes; los panes eran comprados, los helados hechos con bases en polvo (y no sólo me refiero a estabilisantes!), los fondos espesados con un tipo de maizena invertida, los productos venían de un mayorista en lugar de venir de la huerta o de pequeños productores...
Todo (y me refiero a absolutamente TODO) se me iba a la mierda. Estaba triste. durante cinco días me la pasé picando langostinos descongelados provenientes del amado mayorista (el mismo al que le comprábamos en Málaga). No es que los productos del mayorista fueran una mierda, por que no lo eran, pero no me jodan!! Estaba en un tres estrellas Michelin, y lo menos que espero de uno de los mejores restaurantes del mundo es que la materia prima me la traiga un unicornio mágico que llena todo a su paso de arcoiris y nubes brillantes (o que al menos provenga de un pequeño productor que se lo curra de verdad). Espero que la cocina sea artesanal, que se haga pan con masa madre ahí mismo todos los días, que los fondos se reduzcan con paciencia como Dios manda en lugar de espesarlos (Y SI, DIOS MANDA ESO). Pero eso no era todo...
El trato dejaba mucho que desear. A mi edad ya no me aguanto que me traten como en el ejercito y, menos aun, cuando veo a otros que se están tocando las pelotas cerca mío. Si corro como loco y me aguanto gritos porque me exigen un ritmo frenético, que sea igual para todos, y ni hablar de que quiero poder hacerlo con una sonrisa. Quiero creer en lo que hago y quiero sentir que ese esfuerzo vale cada segundo! Quiero fuego en mis venas!
No soporto que porque yo trabajo mejor y más rápido (por tener más años de experiencia o lo que sea) me expriman más que al que no hace una mierda. Y lo que me parece más terrible es ver como hay gente que va desde México, Guatemala, Singapur, Brasil y otros lados del mundo a este tipo de lugares, con toda la misma felicidad que yo, y los decepcionen y entristezcan de esa manera. Que absolutamente TODOS quieran irse pero se queden porque o vinieron por una carta de recomendación o porque ya tienen el pasaje de vuelta comprado y saben que tienen que soportar sin opción (aunque había varias razones diferentes según cada quien). No aguanto que se aprovechen de esa gente y que en lugar de enseñarles los utilicen como personal de limpieza y para hacer show. Los tratan como peones y eso me indigna.
Muchas gracias a mi amigo Leandro por la magia en la foto de Star Trek.
Como dije antes, mi mochila en esta etapa de mi vida es liviana, así que decidí que ese lugar no valía la pena, y yo no fui por un CV mejor ni por fama, fui por un sueño, un sueño que se me cayó a pedazos. Tuve suerte en mi vida. Tuve suerte de poder cocinar al lado de gente que también ama con loca pasión cocinar. Gente que se rompe el lomo para que las cosas salgan bien de verdad. Gente que hace lo imposible para poder dar más aunque no se lo pidan. Yo creía que en ese lugar iba a encontrar más gente de esa clase y en su lugar me encontré con una cocina industrial pero para poca gente.
Igualmente, ahí no termina el viajecito...
A la semana recibí un mail de un chef con el que ya me había entrevistado antes de irme a Málaga. Este chef (con una estrella en su espalda) me ofreció un puesto en su cocina y yo, encantado, acepté. La cocina era pequeña pero le estaban exprimiendo hasta la última gota para poder aprovecharla. Realmente me gustó, había un esfuerzo enorme por hacer las cosas bien y en esta cocina, a diferencia de la anterior, había productos de verdad. Los platos eran bonitos y con una sensibilidad que me hizo pensar en mi primer día dentro de Nectarine. Nunca me volví a sentir tan maravillado por la comida de un restaurante como lo estuve ese primer día. Los platos eran bellísimos, cargados de color, olor y que entraban por los ojos y la nariz como la electricidad de un rayo que va directo hasta el cerebro. Materia prima como no volví a ver en mi vida. Por alguna razón, me acordaba de ese día...
En cuanto la cocina, vi cosas interesantes y productos nuevos para mi. Vi un trabajo serio detrás y muy organizado. Pero volví a ver ese trato hacia el personal que no me gustó. Me lo tragué un par de semanas pero no pude más. Ya no puedo. Yo no me quiero acostumbrar a esas cosas. No me acostumbré hasta ahora y no voy a hacerlo después tampoco. La cocina es amor, por lo que en mi cabeza no entra el que a un pasante que está trabajando gratis le digan "gordito" o "jabalí" (él ya habiendo explicado de buenas maneras que no le gustaba), o que traten de "imbécil" a otro. Tampoco que me ninguneen cuando hago una pregunta en mis primeros días porque no entendí algo en una reunión o que me traten como si yo no pensara en el resto del equipo o como si quisiera equivocarme a propósito. No le tengo más tolerancia a esa locura y a ese maltrato injustificado.
Eso no es cocinar con amor. Al cliente no le llega lo mismo que si lo hacemos con cariño y disfrutando, y esa idea la defiendo a muerte. Hay que llevarle pasión, alegría, amor, un poco de locura y mucho mimo en ese plato.
A mi, personalmente, estas experiencias me hicieron bien. Primero taché de mi lista de cosas pendientes al, tal vez, punto más importante de mi vida. Doce años pensando en como sería... Ahora, ya no me hace falta preguntármelo más. Algo aprendí y, por suerte, conocí gente genial de muchos lugares del mundo con quienes hoy sigo en contacto, hablando y compartiendo la misma visión de la cocina. Por otra parte, me hizo sentir muy bien con todo el esfuerzo que hice cuando tuve Kill The Duck. Todo el esfuerzo que le dediqué a que los productos fueran bueno y frescos, a cuidar las cocciones y los fondos, al trabajo con mi mini huerta de hierbas y flores, a mi manera de mimar al cliente.
Yo tuve mi viaje a las estrellas, así como muchos otros cocineros. Cada cual vive su aventura a su manera. En la mía, el sufrir no tiene que ver con cocinar, y si para otros, el llorar o sentir angustia o ser insultados es parte del viaje que quieren, allá ellos. Yo me quedo con el romance y con esos olores hermosos, con el pollo salteado con ajo, con un fondo que tarda casi tres días en estar reducido porque no se lo apuro, en unas carrilleras hechas bien despacio en el horno o con un puré que recibió mucho mimo.
Para mi, las únicas estrellas que valen la pena en serio, son las que se ven en el cielo tirado en el piso al lado de una buena compañía. Y si hay unos mates o un buen vino para compartir, mejor.